Para sus seguidores y estudiosos Larra, el romántico que piensa, murió joven tras sentir intensamente. Francisco Umbral puso en sus labios: “mi vida está condenada a decir lo que otros no quieren oír” (De Larra, Anatomía de un Dandy).
Jesús Miranda de Larra, en “Biografía de un Hombre Desesperado”, intenta transmitir la idea que de era alguien que dio su vida por España, para que no nos quedara sólo esa otra visión, tan extendida, de un hombre débil que se pego un tiro por amor a una mujer. “A él le dolía mucho la falta de cultura, el egoísmo de la sociedad española, y de eso escribía en sus artículos, artículos que eran censurados. Eso lo obligo a forzar el recurso de la ironía.
Por eso muchos lo han visto como un humorista, pero él lo que hacía era lanzar a la sociedad gritos de auxilio. Con su actitud rompedora, rebelde, generadora de ideas, quería contribuir a promover un cambio en el país”.
Y otras vez en palabras de Francisco Umbral: “...veamos ahora a Larra contra los viejos fondos románticos, viviendo su tiempo y viviendo por él...
Larra quiere ser el progreso, la civilización, la libertad, el estilo. Tanto como una lección, su persona y su indumentaria son una respuesta a la zafiedad de los madrileños...
Larra sabe... que un pueblo se salva por un justo. Y el saber esto, como antes lo supo Quevedo, y mantener a pesar de todo, el esfuerzo, la tensión, la actitud, es lo que da grandeza a su despegada manera de vivir y de escribir.”
Y según David T. Gies: “Desilusionado de su temprano matrimonio con una mujer que no le seguía en su vuelo, conoció a Dolores, una poetisa que acudía a tertulias, se interesaba por la cultura y representaba una actitud muy moderna”. Pero Dolores era una mujer casada. Mientras la relación se mantuvo en secreto, el idilio funcionó; cuando salió a la luz ella le reclamó las cartas que le había enviado y las rompió un 13 de febrero, lunes de Carnaval. El día en que Larra se suicido.
La ruptura sentimental fue la gota que colmo el vaso de la exasperación existencial. El escritor se había dado cuenta de que “ni su literatura, ni su inteligencia, ni sus antiguas esperanzas eran capaces de salvarle del vacío.”
Mariano José de Larra |
Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana:
Vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana.
Acabó su misión sobre la tierra,
y dejó su existencia carcomida,
como una virgen al placer perdida
cuelga el profano velo en el altar.
Miró en el tiempo el porvenir vacío,
vacío ya de ensueños y de gloria,
y se entregó a ese sueño sin memoria
que nos lleva a otro mundo a despertar.
Era una flor que marchitó el estío,
era una fuente que agotó el verano;
ya no se siente su murmullo vano,
ya está quemado el tallo de la flor.
Todavía su aroma se percibe,
y ese verde color de la llanura,
ese manto de hierba y de frescura,
hijos son del arroyo creador.
Que el poeta en su misión
sobre la tierra que habita,
es una planta maldita
con frutos de bendición.
Duerme en paz en la tumba solitaria,
donde no llegue a tu cegado oído
más que la triste y funeral plegaria
que otro poeta cantará por ti.
Esta será una ofrenda de cariño,
más grata, sí, que la oración de un hombre,
pura como la lágrima de un niño,
memoria del poeta que perdí.
Si existe un remoto cielo,
de los poetas mansión,
y sólo le queda al suelo
ese retrato de hielo, fetidez y corrupción;
¡Digno presente por cierto
se deja a la amarga vida!
¡Abandonar un desierto
y darle a la despedida
la fea prenda de un muerto!
Poeta, si en el no ser
hay un recuerdo de ayer,
una vida como aquí
detrás de ese firmamento...
conságrame un pensamiento
como el que tengo de ti.
A la Memoria Desgraciada del Joven Literato don Mariano José de Larra (1837) de José Zorrila
Aún se queja su alma vagamente,
el oscuro vacío de su vida.
Más no pueden pesar sobre esa sombra
algunas violetas,
y es grato así dejarlas,
frescas entre la niebla,
con la alegría de una menuda cosa pura
que rescatara aquel dolor antiguo.
Quien habla ya a los muertos,
mudo le hallan los que viven.
Y en este otro silencio, donde el miedo impera,
recoger esas flores una a una
breve consuelo ha sido entre los días
cuya huella sangrienta llevan las espaldas
por el odio cargadas con una piedra inútil.
Si la muerte apacigua
tu boca amarga de Dios insatisfecha,
acepta un don tan leve, sombra sentimental,
en esa paz que bajo tierra te esperaba,
brotando en hierba, viento y luz silvestres,
el fiel y último encanto de estar solo.
Curado de la vida, por una vez sonríe,
pálido rostro de pasión y de hastío.
Mira las calles viejas por donde fuiste errante,
el farol azulado que te guiara, carne yerta,
al regresar del baile o del sucio periódico,
y las fuentes de mármol entre palmas:
aguas y hojas, bálsamo del triste.
La tierra ha sido medida por los hombres,
con sus casas estrechas y matrimonios sórdidos,
su venenosa opinión pública y sus revoluciones
más crueles e injustas que las leyes,
como inmenso bostezo demoníaco;
no hay sitio en ella para el hombre solo,
hijo desnudo y deslumbrante del divino pensamiento.
Y nuestra gran madrastra, mírala hoy deshecha,
miserable y aún bella entre las tumbas grises
de los que como tú, nacidos en su estepa,
vieron mientras vivían morirse la esperanza,
y gritaron entonces, sumidos por tinieblas,
a hermanos irrisorios que jamás escucharon.
Escribir en España no es llorar, es morir,
porque muere la inspiración envuelta en humo,
cuando no va su llama libre en pos del aire.
Así, cuando el amor, el tierno monstruo rubio,
volvió contra ti mismo tantas ternuras vanas,
tu mano abrió de un tiro, roja y vasta, la muerte.
Libre y tranquilo quedaste en fin un día,
aunque tu voz sin ti abrió un dejo indeleble.
Es breve la palabra como el canto de un pájaro,
mas un claro jirón puede prenderse en ella
de embriaguez, pasión, belleza fugitivas,
y subir, ángel vigía que atestigua del hombre,
allá hasta la región celeste e impasible.
A Larra con Violetas de Luis Cernuda
De un artículo de Emma Rodríguez para El Mundo de 11/02/09. Sección Cultura.
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