Los directores de culto de hoy en día existen, como tales, gracias a nombres como los de François Truffaut, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Eric Rohmer o Jacques Rivette. Ellos, ingeniosamente, inventaron a mediados de los años 50 del siglo pasado una marca no registrada y universal que aún permanece entre nosotros: el cine de autor. Del otro lado de la pantalla, sus hijos-espectadores se transformaron a su vez, en los llamados cinéfilos, otra brillante acuñación que transformó al modesto espectador en un degustador cinematográfico de primer orden.
Lean Luc Godard, Fraçois Truffuat y Louis Malle - Festival dce Cannes, en mayo de 1968 |
De todo ello fueron responsables ese puñado de críticos y cineastas franceses que, tras convencernos de que el cine es un arte tan respetable como la literatura o la música, comenzaron a rodar películas saltándose cientos de reglas, hasta aquel momento intocables, del llamado cine convencional. Rodaron con presupuestos ridículos, atentaron contra el sacrosanto guión, despreciaron las estrictas normas de planificación y volvieron locos a los montadores. Y además tuvieron éxito.
La Nouvelle Vague ensanchó los senderos del cine en todos sus géneros, desde el drama la comedia, pasando por el ensayo y el documental, y reinventó las relaciones entre el cine y las adaptaciones literarias. Muchos de sus hallazgos se han convertido en base del lenguaje del cine y de la TV, algo que para muchos, claro, pasa inadvertido.
Todos profesaron, primero como críticos y luego como cineastas, un enorme respecto por los que les precedieron. Su revolución más eficaz y generosa fue descubrirle al público que directores como John Ford, Roberto Rossellini o Enrst Lubitsch podían ser considerados artistas como Picaso, Mozart o Shakespeare.
Godard demostró su interés por el ensayo; Truffaut acercó la literatura y el cine; Rhomer marido la palabra y la imagen.
François Truffaut murió demasiado pronto, un cáncer cerebral se lo llevó a los 52 años; su especialidad era hablar del amor y las mujeres. Para Truffaut estaba muy claro: no hay amor sin dolor. Un dolor penetrante que consume por dentro, con la única esperanza de que afuera sólo quedará el amor, más que suficiente para sobrevivir a cualquier tipo de penuria. Rohmer (88 años ahora) ha dado su carrera por terminada. Godard vive aislado en su casa laboratorio de Rolle, Suiza y es pesimista sobre el futuro del cine. Claude Chabrol, de 80 años, continua resistiendo. (Sobre gustos no hay nada escrito pero queda claro cual es el mío, ¿no?. Básicamente porque mucho cine de autor lo encuentro soporífero. Yo, lo normal es que vaya al cine a pasar un buen rato y no pensar, aunque culturizarse no viene mal de tarde en tarde)
La Sirena del Mississipi |
El legado es agridulce. La independencia creativa que necesita le es negada por el agobiante tsunami del cine de mercado y la TV, empeñados en homogeinizarlo todo. Buena parte del cine de autor actual de ha transformado en una triste caricatura, narcisista y hueca con respecto a sus principios fundacionales. Aún queda el as en la manga de ser honestos con el espectador, devolverle su dignidad, robada en beneficio del puro negocio y que le ha dejado reducido al penoso estado de ser un simple consumidor.
De Felipe Vega para El Mundo del día 9 de febrero de 2.009; sección Cultura
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