martes, 25 de enero de 2011

Dentro de 50 años habrá estatuas de Goering en todos los pueblos alemanes


El mal puede impregnar tanto la vida de una persona que por ósmosis puede infectar a otras personas dejándoles una marca que les condicione en el futuro.

En una serie de moda, de tinte fantástico, Supernatural, salvando el hecho de que los hermanos Winchester posiblemente no dudarían ni lo que un caramelo a la puerta de una colegio en su lucha con el infierno, a menos que así sea la voluntad de Dios; hay un episodio de la 5ª temporada que da a entender que este tipo de relaciones serían francamente más complicadas en la vida real

En la 5ª temporada de Sobrenatural (Supernatural), la del Apocalipsis, Dean en uno de los últimos capítulos, en el episodio 5x20 - The Devil You Know, se ve en la encrucijada de hacer un pacto con un diablo, Crowley, para detener a Peste, uno de los 4 Jinetes del Apocalipsis. Crowley consigue lo que quiere sin ensuciarse las manos. Dean también consigue lo que busca pero recibiendo todas las ostias.

>Crownley: ¿Qué?. Salió a pedir de boca.
>Dean: No para mi, hijo de perra.
>Crownley: Eso es lo que pasa cuando trabajas con un demonio.

Una casa junto a la Universidad de Berkeley.
Una pareja de cuarentones.
Una discusión.
El hijo está presente.
El padre, de pronto, saca una cápsula de cianuro y amenaza con tragársela.
Gritos.
El hombre muerde la cápsula y muere en segundos.
El hijo siempre dirá que fue un accidente, que su padre sólo quería asustar a su madre, y que un acto de una persona en estado de ebriedad que salió mal.
El padre se llamaba Douglas M. Kelley

Hermann Goering - En un momento de los años 20

Europa, verano de 1945. estación termal de Mondorf-Les-Bains (Luxemburgo); un centro de detención controlado por EE.UU.
En la Europa en ruinas, aquel hotel de lujo era una prisión bastante rara. Tenía luz eléctrica, agua corriente caliente y fría, ascensores, manteles, sábanas y pijamas que se cambiaban todos los días, lamparitas en las mesillas de noche y un parque lleno de grandes árboles. Los prisioneros fueron visitados varias veces por los médicos y sufrieron muchos interrogatorios, pero, en conjunto, podían considerarse casi de vacaciones.
A sus puertas llega Hermann Goering, el 21 de mayo, con 49 maletas, docenas de joyas y un cargamento de analgésicos. Era la autoridad más importante del Partido nazí tras los suicidios de Hitler, Himmler y Goebels.
Se le había asignado la habitación más grande, en el tercer piso, y encima de él se alojaban los seis camareros alemanes. Dormimos encima del gobierno comentaban con ironía.

Goering no solo fue el 2º hombre del Tercer Reich, fue también el más popular y el que llegó a parecer menos inhumano del cortejo que rodeo a Hitler, además de haber jugado un importante papel tanto en el ascenso como en la caída del nazismo. En 20 años paso por héroe de guerra lleno de condecoraciones, romántico, caballeroso, conspirador, golpista, exiliado, presidente del Reichstag, mafioso, compulsivo coleccionista de arte robado, creador de la Gestapo y jefe de la aviación alemana. Entre el compromiso político y el simple y puro bandolerismo.
Si en 1933 Hitler pudo eliminar a los sindicatos, silenciar al Reichstag, instaurar un estado policial e imponer su dictadura se lo debe en parte a Goering. Un tipo al que los médicos que le trataron de las heridas recibidas en el intento de golpe de Estado de 1922 definieron como “sentimental con los suyos, pero insensible con los demás” (De Francois Kersaudy, “Goering”, La Esfera de Los Libros)



Los aliados le asignaron un psiquiatra militar, su objetivo era emitir un diagnóstico sobre la salud mental del preso, de modo que se le pudiera considerar apto para ser juzgado.
El psiquiatra cayó fascinado desde el primer momento:
Goering podía ser locuaz, encantador e imaginativo, además necesitaba a su psiquiatra para aliviar la claustrofobia de la cárcel; y el psiquiatra estaba interesado en explorar esta veta para investigar en el horror, mucho antes de que Hannah Arendt examinase a Adolf Eichmann en Jerusalen.

Lo primero fue tratar la adición de Goering a la paracodeína, un analgésico que consumía desde los años 30 por culpa de un dentista patoso. el truco fue sencillo. ¿Cómo no va a poder vivir sin analgñésicos un líoder del pueblo alemán, si millones de hiombres débiles lo hacen?. Y Goering dejó la paracodeína, no sin sufrir algunos de los síntomas del síndrome de abstinencia correspondiente.

Después de aplico el test de Rorschach. Ahora ha caído en el olvido pero en ese momento sirvió para definir a Goering como: narcisista, obsesionado con su apariencia física, emocionalmente inestable, en parte cínico y “cargado de fatalismo místico”. Pero sobretodo “básicamente normal”, o sea apto para ser juzgado.
Se sentía muy orgulloso de sí mismo y era fácil interrogarlo. No negaba nada y clasificaba a los judíos en dos categorías, a los de Europa del Este los despreciaba pero sentía cierta comprensión por los judíos alemanes

Goering fue trasladado a Nüremberg, ocupando la celda nº 5, y su psiquiatra viajó con él, para seguir indagando en su personalidad.
Busco rastros de sentimiento de culpa. Con poco éxito.
¿Por qué ordenó bombardear Rotterdam?. “Se puso en mi camino”.
¿Por qué no se enfrento a Hitler cuando éste empezó a desvariar?, ¿por qué no intentó detener la sangría?. "Cualquiera que le dijera "no" a Hitler terminaba enterrado".

Goering en Nuremberg

Fue cogiendo confianza y sincerándose: "Me colgarán, pero dentro de 50 años habrá estatuas de Goering en todos los pueblos alemanes”.
Para los que vivían en el entorno del Führer, la principal preocupación era triunfar en la competencia entre pares por el favor de Hitler. O al menos no caer en desgracia y sucumbir.
El psiquiatra se convirtió en el abogado de Goering para las pequeñas cosas. Logró unos bancos más cómodos, que se le permitiera escribir a su mujer y su hija... al mismo tiempo le espió. Gracias a él los aliados supieron que pretendía basar su defensa en el testimonio de Lord Hallifax, el diplomático inglés germanófilo, que habría de declarar que Goering trató de llegar a un acuerdo para evitar la guerra en verano de 1939.
Goering no supo de esta deslealtad.
En sus últimos días quiso despedirse de su psiquiatra, el doctor Douglas M. Kelley, con un regalo: uno de sus enormes anillos. Kelley lo rechazó pero aceptó una foto dedicada del líder nazi que conservó siempre.
Días después, cuando los aliados preparaban la horca, Goering se suicidó. El origen de la píldora de cianuro nunca se ha aclarado.
Kelley, en pleno síndrome de Estocolmo, elogió el orgullo de Goering en un libro que publicó poco después:
Soportó tan estoicamente su largo encarcelamiento que pudo desmoralizar al tribunal aliado, e intimidó a los fiscales lo mismo que hicieron ellos…Su suicidio…fue inteligente, incluso brillante, el toque final, terminando el edificio para que los alemanes lo admirasen en tiempos venideros… La Historia bien podrá demostrar que al final Goering triunfó a pesar de ser condenado por el Alto Tribunal de las potencias aliadas”.
12 años después, en su casa de Berkeley se llevo una cápsula de cianuro a la boca...

Durante 65 años, la familia de Kelley había guardado los documentos relativos a la evaluación de Goering en secreto. Ahora han decidido hacerlos públicos.

En un análisis de sus papales realizado por Jack El Hai para Scientific American se desprende que Kelley se encontró con personas absolutamente normales.
"Creía que Goering y sus cohortes eran personas comunes y que sus personalidades podrían ser duplicadas en cualquier país del mundo hoy en día. En los años anteriores y durante la Segunda Guerra Mundial, la oportunidad de obtener el poder los llevó a adoptar una política filosóficamente fría. En otras palabras, el Holocausto y otros atroces crímenes de guerra eran producto de una mente sana. "

Adaptado de Luis Alemany y Ángel Vivas, para El Mundo del 17-Enero de 2011, Sección Cultura.

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