La cadena pública de TV France 2 ha realizado un concurso-documental sociológico en clave de telerrealidad.
El concurso se titula “Experiencia Extrema” y se está rodando en las afueras de París. El presupuesto del proyecto es de 2,5 millones de euros; es mucho dinero pero la pedagogía social unida a la crítica al delirio de la telerrealidad han disipado las dudas de la cadena sobre su idoneidad.
Compiten dos concursantes moderados por un árbitro y el juego se basa en asociar palabras y ganar como premio un millón de euros.
Un concursante se encarga de hacer las preguntas y el otro de responderlas. En caso de fallo este concursante recibe una descarga eléctrica administrada por el concursante que hace la pregunta. La presentadora ejerce de árbitro, pero es el concursante el que reparte el castigo. El concursante que falla se arriesga a recibir descargas eléctricas cada vez que se equivoca, de hasta cuatro niveles de intensidad: 220, 240, 320 y 480 voltios. Inferiores a las que provocan la muerte en una silla eléctrica convencional; pero el cúmulo de errores puede conducir a una suerte de explosión neuronal y al colapso.
El programa esta siendo grabado para ser emitido a finales de año, pero se han filtrado alguno de los momentos del concurso, lo que hace dudar de si será emitido finalmente y todo esto no será un truco publicitario.
“El concursante que recibe las descargas en un momento pierde los nervios y ruega al límite de la epilepsia que le permitan salir de la cápsula sellada donde se realiza el juego de las preguntas y las descargas.
- ¡No tenéis derecho a encerrarme aquí dentro!. No puedo más. ¡Dejar de castigarme!. Me muero...
La plegaria llega a los oídos del rival pero este continúa haciendo preguntas y aplicando descargas con la aquiescencia de la presentadora. Las reglas son las reglas y no se puede abandonar el concurso hasta que se acierte o se falle la pregunta número 27."
Según el realizador y productos francés Cristopher Nick: “La cuestión que nos planteamos es cómo se puede criticar a la televisión desde la televisión misma. Y la respuesta nos la han dado las reglas que la propia TV utiliza. Llevando a un extremo los límites de la telerrealidad, mostrando hasta dónde pueden llegar los bajos fondos del ser humano en una sociedad mirona y exhibicionista.
El universo de la violencia real ha abandonado el terreno de los informativos para ocupar el de los programas de entretenimiento.
Quiero demostrar que se puede empujar a la gente a hacer cualquier cosa. Incluso provocar dolor a alguien ajeno.
El hecho de que un concursante educado y honesto se avenga a electrocutar al rival prueba dónde se encuentra el umbral de los instintos cada vez que hay una cámara, un contexto anómalo, un público sobreexcitado y una cantidad descomunal de dinero sobre la mesa: un millón de euros..
La capacidad de provocar la sumisión es equivalente a la capacidad de resistencia de la víctima”
El programa se atiene al contexto del test de La Banalidad del Mal, formulado por el norteamericano Stanley Milgram entre los años 1.960-1.963.
Adaptado, con cierta alegría, de un artículo de Rubén Amón para El Mundo del martes 29/04/09; sección Comunicación.
El concurso se titula “Experiencia Extrema” y se está rodando en las afueras de París. El presupuesto del proyecto es de 2,5 millones de euros; es mucho dinero pero la pedagogía social unida a la crítica al delirio de la telerrealidad han disipado las dudas de la cadena sobre su idoneidad.
Compiten dos concursantes moderados por un árbitro y el juego se basa en asociar palabras y ganar como premio un millón de euros.
Un concursante se encarga de hacer las preguntas y el otro de responderlas. En caso de fallo este concursante recibe una descarga eléctrica administrada por el concursante que hace la pregunta. La presentadora ejerce de árbitro, pero es el concursante el que reparte el castigo. El concursante que falla se arriesga a recibir descargas eléctricas cada vez que se equivoca, de hasta cuatro niveles de intensidad: 220, 240, 320 y 480 voltios. Inferiores a las que provocan la muerte en una silla eléctrica convencional; pero el cúmulo de errores puede conducir a una suerte de explosión neuronal y al colapso.
El programa esta siendo grabado para ser emitido a finales de año, pero se han filtrado alguno de los momentos del concurso, lo que hace dudar de si será emitido finalmente y todo esto no será un truco publicitario.
“El concursante que recibe las descargas en un momento pierde los nervios y ruega al límite de la epilepsia que le permitan salir de la cápsula sellada donde se realiza el juego de las preguntas y las descargas.
- ¡No tenéis derecho a encerrarme aquí dentro!. No puedo más. ¡Dejar de castigarme!. Me muero...
La plegaria llega a los oídos del rival pero este continúa haciendo preguntas y aplicando descargas con la aquiescencia de la presentadora. Las reglas son las reglas y no se puede abandonar el concurso hasta que se acierte o se falle la pregunta número 27."
Televisión a la Descarga |
Según el realizador y productos francés Cristopher Nick: “La cuestión que nos planteamos es cómo se puede criticar a la televisión desde la televisión misma. Y la respuesta nos la han dado las reglas que la propia TV utiliza. Llevando a un extremo los límites de la telerrealidad, mostrando hasta dónde pueden llegar los bajos fondos del ser humano en una sociedad mirona y exhibicionista.
El universo de la violencia real ha abandonado el terreno de los informativos para ocupar el de los programas de entretenimiento.
Quiero demostrar que se puede empujar a la gente a hacer cualquier cosa. Incluso provocar dolor a alguien ajeno.
El hecho de que un concursante educado y honesto se avenga a electrocutar al rival prueba dónde se encuentra el umbral de los instintos cada vez que hay una cámara, un contexto anómalo, un público sobreexcitado y una cantidad descomunal de dinero sobre la mesa: un millón de euros..
La capacidad de provocar la sumisión es equivalente a la capacidad de resistencia de la víctima”
El programa se atiene al contexto del test de La Banalidad del Mal, formulado por el norteamericano Stanley Milgram entre los años 1.960-1.963.
Adaptado, con cierta alegría, de un artículo de Rubén Amón para El Mundo del martes 29/04/09; sección Comunicación.
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